Los dedos en el lienzo, la suerte del pintor
El hombre del chaleco de unos 59 años, detuvo su marcha entre la oriental y la playa, de sur a norte, en toda la esquina de la Clínica Soma, para apreciar el cuadro de la mujer desnuda, tras unos minutos calculando quizás posibles costos, o el tipo de arte, le habló y le preguntó al artista: “ Óigame le quedaron bien esas viejas en pelota. ¿Las hace por encargo?”. A su alrededor los transeúntes se precipitaban rumbo a las oficinas o a el comercio, arrojando una mirada esquiva a los lienzos en venta del pintor callejero como si estuvieran hechos con pereza, cómo si fueran corta uñas o gorras en oferta. “Se ve que este hombre sabe de arte” dedujo el artista don Arley Gil, pintor hace más de 50 años, se sintió orgulloso de identificar entre la multitud a los “conocedores en materia pictórica” como él los llama. Sí, sólo a unos pocos, como el hombre del chaleco, tienen la sensibilidad para parar unos segundos ante el maestro y observar la grandeza del genio incomprendido.
Hacía tiempo que no le encargaban un desnudo. Que no le encargaban nada realmente, “la cosa la verdad, está muy mala, la gente ya no compra mis pinturas, me ha tocado bajarles más del sesenta por ciento”, señala el artista con un rostro lleno de preocupación. Tras acordar la cuestión monetaria, el Arley acordó recibir esa misma semana una fotografía de la modelo desnuda, que eso era lo que quería realizar el señor del chaleco, reivindicación por mucho tiempo esperada, su cara cambió, su día se le arreglo. Desde que su mujer lo echó a la calle con todo y caballete, pinceles, espátulas y tubitos de óleo, comenzó recrear las últimas Venus de sus cuadros, siempre morenas de caderas grandes y extraordinarios senos, las hace a partir de sus dedos, recordando sobre el lienzo las caricias sobre el cuerpo de las “ingratas” como él las llama. En los años que pasaron juntos, la admiración inicial que ella sentía por el artista cedió su espacio a las urgencias monetarias, la nevera no hacía hielo porque no había luz, en ocasiones tampoco había agua, nunca estrenó un vestido de domingo y tuvo un sinfín de privaciones que las llevaron un día a empacar los utensilios de Arley y venderlos en la plaza de mercado.
Arley él artista Levantó su galería a la intemperie, sobre una acera en las en el centro de la ciudad, donde cada mañana el pintor callejero aguarda esperanzado la mirada que descubra su arte ¿Y qué es su arte?, básicamente atardeceres reproducidos de viejas ediciones de revistas, pero también es consultado para detallar el temperamento de una ola rizada, flamantes guacamayos, araguaneyes en flor, venaditos y demás folclore regateado por los dentistas de la playa en el centro para cubrir las grietas en las paredes del consultorio, por las amas de casa deseosas de suministrar un marco selvático a los elefantes de porcelana dispuestos sobre la mesita de entrada. Sólo un paisaje, su preferido, conoce de primera mano. El atardecer, generoso, posa versátil y gratuitamente para el artista callejero, modificando su apariencia según evoluciona la luz del día y así no repetir el mismo diseño en la tela del pintor.
Dos días después regresó el hombre del chaleco, el cliente hundió su mano en un bolsillo para extraer la fotografía de la señora desnuda. Tras admirarla por un momento, se la acercó a don Arley que de inmediato reconoció aquel cuerpo, movió su boca para un lado y respiro profundo, no dijo nada. Era ella, la ingrata mayor. Sus oraciones por no volverla a ver fueron desatendidas e iluminado por esa vanidad propia de los reyes del mundo, recupero el aliento, levanto sus cejas mientras le devolvía la foto al hombre del chaleco diciéndole “ya no pinto más putas”. Nunca vi un rostro cómo el del hombre del chaleco, pálido y tal vez intuyendo quién era el pintor, recibió la foto y no sé si por decencia se retiró, solo tiro dos miradas cuando estaba de espalda y sacó su celular. La suerte le volvió a jugar a don Arley, hoy tampoco vendió nada, pero cómo dicen por ahí “Dios aprieta pero no ahorca”, al día siguiente el artista fue contratado para realizar un paisaje para la Alcaldía de Medellín, “estoy muy contento hermano, eso son por ahí diez o doce palitos, se gana uno por ahí cinco o seis, pero hoy me voy feliz, por fin”, me respondió casi con lágrimas en sus ojos y me dio “hoy voy hacer tres pinturas más si me alcanza el tiempo, no solo del pan vive el hombre hermano, ¡qué alegría la que tengo!”.
Hoy en día podemos encontrar a don Arley, en la misma zona, no siempre en el mismo lugar porque los de espacio público lo hacen mover, pero al hombre se le ve más vivo, con más ánimos, hasta emprende viaje para pueblos y se dedica a recrear “poemas pintados” como dice él.

















